jueves, 31 de diciembre de 2009

Adquirir el rostro indígena


La Pastoral indígena como práctica de inculturación

El término inculturación no es un término antropológico, [1] es pastoral y se hace presente desde los años sesenta. No obstante, es hasta 1979 cuando es asumido oficialmente por el Magisterio Pontificio[2].

Independientemente del término, la preocupación de la Iglesia por la cultura es tan antigua como la propia Iglesia y ha constituido un aspecto fundamental para entablar diálogo con otros pueblos de diferentes contextos, latitudes y realidades.

Es en este sentido que “Nuestro Señor Jesucristo se encarno en una cultura concreta, en un tiempo, en un lugar y en un pueblo determinados, con una historia y costumbres específicas distintas de otros pueblos. La Iglesia, para ser fiel sacramente que prolonga aquí y ahora la presencia salvadora de Jesús, requiere inculturarse también, so pena de ser extraña a los hombres y mujeres de las culturas actuales, en particular de las indígenas. Por lo tanto se puede afirmar que: “…cuando la Iglesia adquiere el rostro de los diferentes pueblos, se incultura plenamente”. [3] A partir de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano la inculturación es una de las más grandes preocupaciones misioneras de la Iglesia, para que el Evangelio se entienda y se viva plenamente, al articular el mensaje y la experiencia de Cristo con el sentido de la vida de los pueblos.

Así el concepto inculturación a diferencia de otros como endoculturación, socialización de la cultura[4], representa una importante contribución del Magisterio respecto a las culturas originarias, concibiendo que el Evangelio se tiene que inculturar para ser plenamente entendido.

En este sentido, la acción catequizadora debe ser una práctica de diálogo e inserción que incluya el conocimiento de la lengua, los valores y estilo de vida de ambas partes involucradas y en forma mutua para evitar la imposición, lo cual derivará necesariamente en una conversión y enriquecimiento de las partes que interactúan.

Para todos aquellos agentes de pastoral que se han permitido conocer el verdadero significado y contenido de este concepto, el Papa Juan Pablo, II en su Carta Encíclica Redemptoris Missio, nos ofrece todo un capítulo sobre la encarnación del Evangelio en las culturas de los pueblos y nos dice que la inculturación es un proceso “lento, gradual, progresivo, largo, profundo, integral y difícil, que requiere antecedentes, vida, resultados que se van gestando poco a poco, recíproca y colectivamente”.

Así podemos afirmar que al tomar conciencia nuestra Iglesia, de que en su identidad más profunda, América Latina es indígena, negra y mestiza, dicho razonamiento la lleva a valorar la religiosidad de estas culturas como una expresión privilegiada de la inculturación del Evangelio: “… los indígenas pasan a ser ejemplo a seguir, para aprender de ellos su modo de vivir en sobriedad, su sabiduría en cuanto a preservación de la naturaleza… el valor de la tierra… ya no se duda en que ellos tienen que ser protagonistas de su autodesarrollo”[5].

Acontecimiento Guadalupano, Pueblos indígenas e inculturación

En este contexto, el Acontecimiento Guadalupano se ha considerado como el modelo teológico catequético más apropiado para ofrecer la Buena Noticia a las culturas originarias de nuestro continente, ya que de ella se puede inferir los elementos para realizar una verdadera inculturación del Evangelio que permita comprender la experiencia de Dios que viven los Pueblos Indios. La catequesis guadalupana realiza una evidente comunión con la Teología y la espiritualidad que los indígenas vivían en el momento en que la Virgen de Guadalupe se hace presente, propiciando y haciendo posible que los pueblos indios se apropien de los planteamientos evangélicos y de los símbolos más cercanos con su cultura. Así, este gran acontecimiento se torna testimonio de la posibilidad de inculturar el Evangelio y el mensaje del Reino es transmitido a través de nuestra Señora de Guadalupe que catequizó a Juan Diego “sin despojarlo de su ser indígena y devolviéndole su dignidad, por eso su imagen quedó grabada en el corazón de los mexicanos como modelo de respeto a su cultura… y hace sentir al indígena la presencia salvadora y el amor de Dios”[6].

La Guadalupana, mujer indígena por su fisionomía, por la lengua que habla, por cultura, planteamiento y opción, nos enseña el mejor ejemplo de inculturación, en el cual amor, dolor y esperanza se entrelazan porque son compartidos plenamente. El teólogo Virgil Elizondo en su obra Guadalupe, Madre de la Nueva Creación, nos señala como el acontecimiento Guadalupano no sólo inspira e ilumina a personas de México, sino del resto de América Latina e inclusive del resto del mundo, denominándola “El seno materno de las Américas”. No es sólo un suceso mexicano: “es un momento clave del plan salvífico de Dios para la Humanidad y Juan Diego representa en este contexto el prototipo de nuevo ser humano que propicia una nueva forma de relación entre las religiones y los pueblos, no por el procedimiento de su oposición sino por el camino de la síntesis”[7].

La Iglesia y las culturas indígenas en las ciudades: un reto de inclusión

En las sociedades latinoamericanas coexisten diferentes realidades y culturas, donde se ubican entre otras: personas, familias y grupos indígenas radicadas en contextos urbanos, que han adoptado como estrategia el volverse “invisibles”.

Para poder sobrevivir; se impone a nuestra Iglesia el compromiso ineludible de percatarse de dicha presencia a fin de poder compartir la palabra de Dios en una forma y con una actitud acorde a su especificidad y contexto que responda a los siguientes compromisos:

– Favorecer y propiciar espacios para el diálogo entre las distintas culturas.
– Discernir lo que cada grupo cultural pueda aportar a la búsqueda del bien común.
– Presentar su palabra y su lenguaje simbólico como una voz entre muchas voces.
– Ofrecer el mensaje, que es Jesucristo y lo mejor de su lenguaje simbólico que es la comunidad cristiana.
– Utilizar metodologías activas donde los catequizandos puedan dar, recibir escuchar y ser escuchados.
– Dar a conocer el mensaje evangélico y re expresarlo en su propio lenguaje cultural[8].

Lo anterior sólo se logrará en la medida que entendamos que en nuestra labor pastoral no basta la buena voluntad, “es requisito indispensable conocer a fondo la historia, la teología y la pastoral de la liturgia, por una parte, y la historia, la antropología y la sociología de las culturas indígenas. Esto pide un trabajo interdisciplinar, tiempo, constancia y la participación de la propia comunidad, de catequistas, jóvenes, ancianos…”[9]. Todo esto sólo será posible si nos damos la oportunidad y asumimos como un compromiso ineludible la actitud que nos permita construir juntos un camino donde "…dialoguemos.. escuchándonos con corazón abierto, respetándonos unos a otros en nuestras diferentes posturasy mentalidades, teniendo siempre como punto de referencia a Jesucristo, con la ayuda del Magisterio de su Iglesia y que la Virgen de Guadalupe y San Juan Diego intercedan por nosotros y por nuestros pueblos a los que tratamos de servir” [10].

Soc. Laura Elisa Villasana Anta

Miembro de la Pastoral Indígena de la Arquidiócesis de México

_____________

NOTAS:

[1] El término antropológico y social directamente vinculado es el de cultura, la cual es considerada como una visión del mundo y prácticas compartidas por un grupo social que abarca elementos muy diversos como : territorio y recursos naturales, espacios públicos, productivos, ceremoniales y sagrados así como todo lo que ha sido creado a lo largo del tiempo y que considera suyo. Se ha definido así mismo como una manera de sentir y de hacer ciertas cosas, compartir ciertos alimentos, historia, valores, considerados éstos como “lo bueno”, “lo malo”, lo deseable, lo permitido o lo prohibido, las aspiraciones, ideales, lenguje, y comportamientos cotidianos. Conformada por los deberes, derechos, figuras de autoridad y respeto presente en el colectivo social. Es inclusive el conjunto de miradas, gestos, señas, tonos de voz, sentimientos y actitudes que tienen significado sólo para ciertos grupos y en ciertos momentos históricos que una generación transmite a otra y que van conformando la historia, las creencias y la fe de los grupos, los pueblos o las naciones.
[2] M. Arias Montes, “Y la palabra de Dios se hizo Indio”. Iglesia, Pueblos y Culturas N° 40-41, (Enero-Junio 1996), Quito.
[3] Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de las Casas y Presidente de la Dimensión de Pastoral Indígena de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la CEM. En su libro Pastoral Indígena e inculturación, editado por la Conferencia del Episcopado Mexicano, realiza un amplio análisis sobre el tema, mismo que se retoma en el presente artículo.
[4] Clodomiro Siller, Las culturas en el Magisterio y en la Pastoral, (Serie Inculturación N° 19, 3a ed. 1997, p. 29.
[5] Arias Montes, op. Cit. P. 105.
[6] Ibid., p. 37.
[7] Virgil Elizondo, Guadalupe Madre de la Nueva creación, España. Ed. Guadalupe Verbo Divino, 1999, p. 7-12.
[8] Cien palabras para evangelizar la ciudad, México: Espacio de Pastoral Urbana, 2004, pp. 27-28.
[9] Arizmendi, op. cit., p. 39.
[10] Ibid., p. 85.

Tomado del Boletín Guadalupano, noviembre 2009, n. 107, pp. 31-33:

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